domingo, 10 de marzo de 2019

Bautismo del Señor Ciclo C - Domingo 13 de enero de 2019

Isaías 42,1-4.6-7: Miren a mi siervo, a quien prefiero
Salmo 28: Te alabamos, Señor
Hechos 10,34-38: Ungido por la fuerza del Espíritu Santo
Lucas 3,15-16.21-22: Jesús también se bautizó

Terminamos el tiempo de Navidad y hoy iniciamos lo que la Iglesia denomina tiempo ordinario, el que seguiremos durante los próximos 7 domingos hasta iniciar la Cuaresma el miércoles de Ceniza, 6 de marzo.
Iniciamos este tiempo recordando el Bautismo de Jesús y, por ende, nuestro bautismo. Este no se puede reducir a un mero acto o celebración en el pasado de nuestra historia de vida. Más bien es una condición que vivimos a cada momento. Desgraciadamente, en la actualidad, el bautismo se ha limitado al mero rito religioso, desligándolo de la vida y la experiencia de fe de la persona creyente. Se ha olvidado que el bautismo es un hecho fundamental del ser cristiano, pues tendría que ser la expresión de la opción fundamental de la persona, opción que toma a la luz del ejemplo de Jesús y por la que se compromete a ser cristiano. Por eso se habla de que Latinoamérica es un continente de bautizados, pero no de cristianos, ´porque no se asume el bautismo como opción y estilo de vida.
Esta situación se manifiesta claramente en los momentos actuales de nuestro Continente y de nuestra Guatemala, en los cuales la corrupción, el engaño, el latrocinio, la ambición, y casi todos los antivalores imaginables se tornan en valores porque la calidad de bautizado no se asume y menos aún, se vive. Autoridades que, después de realizar actos contrarios al pueblo y de clara protección a su impunidad, se atreven a terminar sus intervenciones y a cortar para no verse cuestionados, con un hipócrita “que Dios les bendiga”. Gente del Pacto de corruptos que se atreven a utilizar a Dios en sus retorcidos discursos. Narcopastores que para nada viven su bautismo, pero sí lo manipulan para obtener gigantescas ganancias. No se busca cuál es la misión que me ha sido encomendada por el Padre sino se lucha solo por el enriquecimiento, aunque éste sea ilícito. La Palabra de Dios, en cambio, nos lleva por un camino totalmente distinto.
En la Primera lectura el texto de Isaías nos habla de la actitud del siervo de Dios; éste ha sido llamado y asistido por el Espíritu para llevar a cabo una especial misión en el pueblo de Israel: hacer presente con su vida la actitud misma de Dios para con la humanidad; es decir, evidenciar que Dios instaura su justicia y su luz por medio de la debilidad del ser humano. Por tanto, es tarea de todo bautizado testimoniar que Dios está actuando en su vida; signo de ello debe ser su manera de existir en medio de la comunidad; debe ser una existencia que promueva la solidaridad y la justicia con los más débiles, pues en ellos Dios actúa y salva; en ellos se hace presente la liberación querida por Dios.
Por su parte, la intención central del relato de los Hechos de los Apóstoles. nos hace caer en la cuenta que el mensaje de salvación, vivido y anunciado por Jesús de Nazaret, es para todos. La única exigencia para ser partícipe de la obra de Dios es iniciar un proceso de cambio (respetar a Dios y practicar la justicia), que consiste en abrirse a Dios y abandonar toda clase de egoísmo para poder ir, en total libertad, al encuentro del otro, pues es en el otro donde se manifiesta Dios. A ejemplo de Jesús, todo bautizado tiene el deber de «pasar por la vida haciendo el bien»; tiene la tarea constante de cambiar, de despojarse de todo interés egoísta para poder así ser testigo de la salvación.
El evangelio manifiesta la característica fundamental del verdadero bautismo: la obediencia a la voluntad del Padre. “La justicia plena” a la que se refiere Jesús en el diálogo con Juan el Bautista, que no aparece en el texto leído, expone la íntima relación existente entre el Hijo de Dios y el proyecto del Padre. Esto significa que el bautismo es la plenitud de la justicia de Dios, ya que las actitudes y comportamientos de Jesús tienen como fin hacer la voluntad de Dios. Esta obediencia y apertura a la acción de Dios afirma su condición de hijo; es hijo porque obedece y se identifica con el Padre. Esta identidad de Jesús con el Padre (ser Hijo de Dios) se corrobora en los sucesos que acompañan el bautismo: el cielo «se abre», desciende el Espíritu, y una voz comunica que Jesús es Hijo predilecto de Dios. Es «hijo» a la manera del siervo sufriente de Isaías: hijo obediente que se encarna en la historia y participa completamente de la realidad humana.
El bautismo, en consecuencia, provoca y muestra la actitud de toda persona abierta a la divinidad y voluntad de Dios; y hace asumir, como modo normal de vida, el llamado a ser hijos de Dios, identificándonos en todo con el Padre y procurando, con nuestro actuar, hacer presente la justicia y el amor de Dios en todas las realidades.


Si hacemos una lectura detenida del trozo evangélico, es en oración como a Jesús se le abre el cielo y comprende que su misión es transparentar totalmente al Padre porque Él es su hijo. Al iniciar el tiempo ordinario, lo primero que vamos a hacer es ponernos en oración como Jesús, para descubrir nuestra misión porque, el domingo entrante, también nos dirá nuestra Madre María “hagan lo que Él les diga” y tenemos que descubrir que es lo que Él nos dice. Oremos, pues, como Jesús, para que el Padre nos revele la misión que nos ha encomendado desde el bautismo, y nos reenvíe a su Espíritu que nos fortalezca para transparentarlo en acciones concretas de vida, en la realidad tan difícil que vivimos en este momento para que, con esa vida, y no solo con palabras, podamos hacer nuestro el Salmo y repetir con nuestra existencia entera: Te alabamos Señor.

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