domingo, 10 de marzo de 2019

I Domingo de Cuaresma Ciclo C - 10 de marzo de 2019

Deuteronomio 26,4-10: El Señor escuchó nuestra voz
Salmo 90: Tú eres mi Dios y en ti confío.
Romanos 10,8-13: La palabra está cerca de ti
Lucas 4,1-13: No solo de pan vive el hombre

La semana pasada veíamos como Lucas nos exigía una coherencia total en el seguimiento de Jesús. Hoy, ya viviendo el tiempo de Cuaresma que iniciamos el miércoles pasado, seguimos con la misma línea de pensamiento de Lucas: Jesús es la persona totalmente coherente porque encuentra en el desierto el sentido más profundo de su existencia: la voluntad de su Padre, que le permite superar todas las tentaciones. Esto nos invita a nosotros a vivir de la misma manera. Veamos.
En la lectura del Deuteronomio lo que tenemos es una declaración de fe del pueblo de Israel. La confianza del pueblo es total en su Dios. El autor examina y describe la Historia de Israel y está convencido de que Dios ha intervenido de forma firme en esa Historia, transformando situaciones totalmente adversas gracias al clamor del pueblo. De aquí que el pueblo llega a su Dios profundamente agradecido, sabiendo que está con él. Por eso en el Salmo se proclama: “Tú eres mi Dios y en ti confío”.
En el Evangelio, la fe de Jesús en su Padre es igual, es total. Lo primero que destaca es su búsqueda de la voluntad del Padre. Viene del Jordán, del desierto en el que habita Juan el Bautista y en donde Él mismo ha sido bautizado por ese Juan. Allí ha escuchado la Palabra del Padre que le ha llevado a caer en la cuenta que no es el seguimiento de Juan el Bautista su camino, que Él está elegido para algo más. Pero… ¿qué? Para descubrirlo se mete más en el desierto, en la soledad, en el despojarse de todo, para así disponerse a escuchar la voz de su Padre, como lo hizo Israel y como lo ha descrito el profeta Oseas: "Por tanto, he aquí que yo la seduciré y la conduciré al desierto, y le hablaré al corazón, y le daré desde allí mismo sus viñas y el propio valle de Akor, como puerta de esperanza; …" (Os 2,16.17).
En esa situación de desierto se enfrenta Jesús al dilema ¿cómo tengo que servirle? ¿qué quiere de mí? ¿qué hacer de mi vida si quiero ser totalmente fiel a Él? Y llegan las tentaciones, que los evangelios presentan de nuevo con la simbología de la numeración hebrea: 3, pero estas no se pueden reducir a ese número; el 3 significa plenitud, es decir: se dieron una plenitud de tentaciones y Jesús pasó por ellas durante toda su vida, toda su vida fue de vencer el mal para ser fiel a la voluntad de su Padre, su amor decisivo fue constantemente probado y Él, desde la libertad, respondió siempre como su Madre: “aquí estoy, hágase en mi según tu Palabra”. Es pues, una vida entera viviendo con una actitud de discernimiento para cumplir la voluntad del Padre, hasta la Cruz. Su coherencia, su Fe, su Esperanza y su Amor a Él son totales.
Cuaresma, es nuestro desierto, es tiempo para ajustar los sentidos, para, como Jesús, ponernos en una actitud de discernimiento y preguntarnos qué quiere el Padre de nosotros, cuál es nuestra misión, qué debemos dejar, qué debemos asumir. Es un tiempo para abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios y preguntarle desde esta realidad: aquí y ahora, frente al Pacto de Corruptos, frente a las mentiras e indiferencias del gobierno, frente a narcopastores que manipulan la misma palabra de Dios, frente a ricos que no les interesa el pueblo de Guatemala sino solo acrecentar sus riquezas, frente a políticos que solo mienten para enaltecer sus figuras y alcanzar un  puesto, frente a todos ellos que viven y encarnan las tentaciones, ¿qué quieres que haga yo? Es tiempo para desenmascarar las grandes formas de tentaciones que rompen, que dividen la imagen que Dios ha querido plasmar, que viven en nosotros y que el Evangelio nos presenta hoy.
Las tentaciones a desenmascarar son tres fundamentales que simbolizan una plenitud de tentaciones que intentan arruinar la verdad a la que, como cristianos, hemos sido llamados. Tentaciones que buscan degradar y degradarnos y que debemos vencer por amor al Padre.
La primera es el acaparar la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos, utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor a dolor, amargura, a sufrimiento de otros. En una familia o en una sociedad corrupta ese es el pan que se le da de comer a los propios hijos.
La segunda es la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás, «haciendo leña del árbol caído», va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del orgulloo sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias te doy Señor porque no me has hecho como ellos».
Tres tentaciones de Cristo, plenitud de tentaciones, así como plenitud de tentaciones son las que el cristiano enfrenta diariamente, tentaciones que buscan degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio, que nos encierran en un círculo de destrucción y de pecado y que el mundo vive como valores.
Vale la pena que nos preguntemos: ¿Hasta dónde somos conscientes de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos? ¿Hasta dónde nos hemos habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en el orgullo radican la fuente y la fuerza de la vida? ¿Hasta dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuentes de alegría y esperanza para vencer esas tentaciones? ¿Hasta dónde hemos sido capaces de vencer las tentaciones? ¿Qué hacer hoy y aquí para vivir venciendo al mal con la fe en la Palabra, como Jesús?
Hemos optado por Jesús y no por el mal. Si nos acordamos lo que escuchamos en el Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia, sino que le contesta con la Palabra de Dios, con las palabras de la escritura. Porque, metámoslo en la cabeza, con la tentación no se dialoga, no se pueda dialogar porque nos va a ganar siempre, solamente la fuerza de la palabra de Dios la puede derrotar, la fortaleza de Fe que nos describió la carta a los Romanos de la 2 lectura, pero eso solo se alcanza si tenemos la Palabra de Dios metida en nuestro corazón, en nuestro ser, si es Ella el sentido de nuestra existencia..
Queremos seguir las enseñanzas y el mensaje de Jesús, su vida, pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, el Padre a través de la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Jesús ha encontrado el sentido de su vida, de su existencia entera. Como bien señala el gran psicólogo Víctor Frankl: “si se encuentra un por qué para existir, se encontrarán los cómo”; o, en palabras del Padre Arrupe: “Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas los fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón y lo que sobrecoge de alegría y gratitud”. Sin esa pasión por el Padre, no somos capaces de vencer la tentación. Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío».
Que en esta eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que «el Evangelio llega y llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús... sabiendo que con Él y en Él siempre renace la alegría». Que nos ayude a encontrar que Jesús es el sentido de nuestra vida y el que nos mueve a actuar venciendo, por Él, por amor hacia Él, la tentación, y así transformarnos es criaturas nuevas para la Pascua, para la Resurrección, la de Él y la nuestra. Solo asumiendo esta actitud seremos capaces de ver su gloria y escuchar al Padre la semana entrante.

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