domingo, 10 de marzo de 2019

II Domingo Ordinario Ciclo C - 20 de enero de 2019

Isaías 62,1-5: Dios encontrará la alegría contigo
Salmo 95: Cantemos la grandeza del Señor.
1 Corintios 12,4-11: El Espíritu es fuente de dones
Juan 2,1-11: Jesús comenzó sus signos en Caná

Estamos en los inicios del año litúrgico (segundo domingo del tiempo ordinario), después de las gozosas celebraciones del tiempo de Navidad. La palabra de Dios de este domingo enlaza con otros dos acontecimientos conmemorados en los días pasados: la Epifanía del Señor a los sabios de Oriente -como representantes del pueblo gentil-, y el bautismo de Jesús. Hoy la Iglesia considera la presencia de Jesús en las bodas de Caná, en las que realiza el primer signo de su mesianidad convirtiendo el agua en vino. Para ello iniciemos reflexionando con Isaías.
En la primera lectura tenemos al profeta-siervo insistiendo en el tema del matrimonio, pues para él, el triunfo de Jerusalén estriba en el hecho de convertirse en la esposa de Yahvé y, más aún, Él le cambia el nombre. En la mentalidad semítica el nombre no solo determina a la persona, sino que equivale a ella. Cuando Dios cambia el nombre modifica la calidad de las relaciones entre la divinidad y la persona a la que se le permuta el nombre.
Por eso en el Evangelio tenemos unas bodas al sexto día del inicio de las acciones en el Evangelio de Juan. Este número siempre significa algo incompleto, algo que queda abierto, algo que debe ser terminado. Caná significará nueva creación y nueva Alianza, siempre abierta, siempre completándose.
La Madre de Jesús “estaba allí” simbolizando a la novia que espera al novio, a la Iglesia que espera a Jesús. El texto indica, que había allí en un lugar de la casa, unas tinajas de piedra vacías, seis en total, de nuevo el 6…. y hace énfasis en que están vacías. Son tinajas destinadas para contener el agua de la purificación ritual de los creyentes judíos. Pero están secas. Este símbolo, indica la sequedad en que se encuentra el modelo religioso judío. El vino se ha acabado, el vino de la Antigua Alianza ya no da para más y sin vino el banquete no tiene sentido. En la visión de los primeros cristianos, que acabaron separándose del judaísmo, la ley judía, antes que ayudar, terminó dificultando la relación de Dios con su pueblo. Les resultaba una ley vacía, sin sentido, que sólo generaba cargas y no posibilitaba la libertad y la alegría. Las tinajas, destinadas a la purificación, eran un símbolo que dominaba la ley antigua. Ese modelo de ley creaba con Dios una relación difícil y frágil, mediatizada por ritos fríos y carentes de sentidos, pero tal vez, más fácil de vivir y que cuanto gusta aún ahora.
María cae en la cuenta de la situación, ya no hay vino, y se sitúa en la línea de los intercesores del pueblo. Ella siempre ha mantenido la Alianza, ella siempre ha tenido vino. Y realiza una observación a Jesús. Al hacerla, por sus labios discurren los ruegos de todas las personas fieles de la Antigua Alianza. Pero el primer ruego es el de ella, que es la primera que ha creído en Jesús y que ahora pide por su pueblo. María pide a Jesús algo, que en su corazón supone la realización mesiánica plena,
La respuesta de Jesús, “Mujer, ¿qué podemos hacer tu y yo?, se puede situar en el sentido obvio: ya no se puede revitalizar la Antigua Alianza, ya no tiene sentido. Él va a hacer algo nuevo, se inicia el día de Yahvé en el que, sin romper con lo anterior, se iniciará algo totalmente nuevo y distinto, se van a modificar la calidad de las relaciones entre la divinidad y las personas. Jesús le advierte a María, a la Iglesia compendiada en ella, que la señal que va a realizar es el inicio de esas esperanzas: la celebración de las bodas de Dios con su pueblo. Pero el cumplimiento pleno de Caná sólo tendrá lugar el día de Pascua y se expresará en el encuentro de Jesús con la Magdalena. De modo que podemos decir que la hora ha comenzado, pero no ha llegado a su plenitud.
Son las bodas de Jesús y su Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, la nueva Jerusalén, a quién Yahvé ha cambiado el nombre y su calidad de relaciones con él. Su intervención en favor de su pueblo no constituye una actuación mágica, la acción de Dios acontece cuando la nación acoge el gran regalo divino; la nueva relación no es la sangre, no es el origen, es el escuchar su palabra, es “Hacer lo que Él nos diga”. Es justamente eso lo que señala María, la primera creyente. Después de su observación indica: hagan lo que él les diga; y estas son las palabras más tardías de María en el Evangelio, su testamento, el mensaje final que una Madre nos deja, “hagan lo que Él les diga”.
Y pide Jesús, “llenen las tinajas”. Son llenadas cuando Jesús lo ordena. Al estar llenas, las tinajas que no prestaban ya ningún servicio, más bien estorbaban en la vida normal de la gente, permiten una nueva manifestación del proyecto de Jesús: el agua está convertida en vino. ¿Qué nos indica ese signo? La ritualidad, el legalismo, la norma fría y vacía, es trasformada en vino, símbolo de la alegría, del gozo mesiánico, de la fiesta de la llegada del tiempo nuevo del Reino de Dios. Tenemos que acabar en nuestra vida y en la vida comunitaria, con los sistemas religiosos deshumanizantes, para lograr entrar en la dinámica liberadora, incluyente y festiva que Jesús inauguró.
Llenas ahora esas tinajas, hasta el borde, con los dones del Espíritu Santo que nos presenta la Carta a los Corintios en la segunda Lectura, contienen el vino de la boda: los diferentes dones del Espíritu. La acción de Yahvé que salva no es mágica, dijimos, sino que acontece cuando se acoge el gran regalo divino, sus dones, y estos se asumen, se cultivan y se ponen al servicio de los demás, como María.
Como señalamos al principio de la homilía, recién iniciamos otro año con el Maestro, iniciamos nuestras bodas con él, y hay que hacerlo preguntándonos ¿estamos dispuestos a escucharlo y hacer lo que Él nos dice y llenarnos de los dones del Espíritu para ponerlos al servicio de los demás? ¿Vamos a abandonar el ritualismo vacío como las tinajas para convertir con ilusión nuestras acciones en el vino de la Nueva Alianza?
O será que tal vez, más bien nos dejamos absorber por el espíritu del mundo que vivimos, de corrupción, descaro y violencia. Tal vez estamos deprimidos y sin ganas de actuar al ver como el Pacto de Corruptos, y sus aliados parecen triunfar y prolongar su reinado de frente a las próximas elecciones, posicionándose abierta y descaradamente en contras de las aspiraciones de la mayoría del pueblo. Puede ser que estemos indignados al ver como se esfumaron las investigaciones en contra del narcoprotestantismo que solo manipula a Dios y le desprecia para enriquecerse. Puede ser que sintamos mucho dolor al ver las injusticias que están sufriendo los nuestros en la frontera con Estados Unidos mientras son despreciados por el racismo que impera allá y olvidados por nuestras autoridades que prefieren pelear en contra de cualquier ente que pueda investigar sus actos de corrupción. Tal vez estamos indignados al ver a otra columna de hermanos nuestros que, a pesar de lo anterior, van a la frontera con desesperación e ilusión a buscar una vida mejor.
Pero, frente a todo esto tenemos que recordar que el Señor ama su pueblo como el esposo a la esposa, ha dado su vida por nosotros y estará con nosotros, su pueblo, siempre. Mientras nosotros tenemos que hacerlo presente aquí y ahora con valor, llenos como las tinajas del vino nuevo, poniendo todo al servicio de los demás.


Estemos abiertos pues, a, desde la semana entrante, recorrer este año la vida del Señor con Lucas, escuchar su palabra y, llenos de ella y de los dones del Espíritu, en todo Amar y Servir a Mayor Gloria de Dios.

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