domingo, 10 de marzo de 2019

VII Domingo Ordinario Ciclo C - 24 de febrero de 2019

1 Samuel 26,2.7-9.12-13.22-23: David no atentó contra Saúl
Salmo 102: El Señor es compasivo y misericordioso
1 Corintios 15,45-49: Seremos imagen del hombre celestial
Lucas 6,27-38: Sean compasivos como el Padre

Hace algunos años, las comunidades católicas hispano hablantes cantábamos “Otras bienaventuranzas”, una canción con letra del periodista José Antonio Olivar y del presbítero y músico Miguel Manzano, que recitaba en el estribillo “Las Bienaventuranzas son todas éstas y muchas más. Vuelve el mundo del revés y las tendrás, la Bienaventuranzas son el camino de la verdad”. Desde el domingo pasado estamos con el discurso de las Bienaventuranzas de Lucas, y pocas palabras las retratan mejor que las de Olivar y Manzano: nos piden otra forma de vida, contraria totalmente a los patrones que ha proclamado la sociedad a través de la historia y que se han acentuado últimamente, patrones en los cuales el dinero, el bienestar, el pasar por encima de los demás, el engaño, el utilizar a Dios y adecuarlo a intereses mezquinos, etc., se transforman en el estilo de vida aceptado y hasta alabado, y olvida que el vivir según los criterios de Jesús, Yahvé que salva, es totalmente lo contrario.
Eso nos marca la primera lectura en la David perdona la vida de Saúl. El texto pretende mostrar cómo en la vida de David la misericordia está unida a su valentía. Todas las condiciones estaban dadas para que David diera de baja a quien quería darle muerte sin razón y eso le proponen. David muestra su misericordia respetándole la vida a Saúl, y con esa misericordia manifiesta su fidelidad a Dios. Su actitud va en contra de todo lo esperado, pero muestra su coherencia, su misericordia, su fidelidad existencial a Dios. “El Señor es compasivo y misericordioso” repetíamos en el salmo, y es esa actitud que asume David es la que tenemos que vivir también nosotros para transmitir vida, y vida en abundancia.
Si hacemos una lectura atenta, Pablo, en la segunda lectura, continúa con el tema de la fidelidad vital, existencial, a Dios. Al continuar en su reflexión sobre la resurrección de los muertos, recoge algunas interpretaciones judías que identifican al Adán del primer capítulo del Génesis como el creado a imagen de Dios y, por tanto, como ser celestial; en cambio, el del capítulo 2 corresponde al Adán sacado del barro y, por tanto, un ser terreno y mortal. Jesucristo es el Adán espiritual a quien deben asemejarse los creyentes. Hay que anotar que los judíos no entendían lo espiritual como lo inmaterial, sino como lo que es dinámico, activo, que anima y da vida. Los cristianos en cambio conocemos las dos facetas, en cuanto que nacemos como el Adán terrestre, pecador y corruptible, pero estamos llamados a ser semejantes al Adán espiritual, que es Cristo, que nos anima y nos da vida en abundancia, y esa vida en abundancia la transmitimos a los demás con nuestra actitud existencial de fidelidad total al modo de pensar y proceder del nuevo Adán, Jesús, el ungido, el Cristo, el Mesías.
Ese modo de proceder de Jesús está especificado en todo el discurso de las bienaventuranzas, “el camino de la verdad”, como cantábamos con Olivar y Manzano. Si a los pobres los había llamado bienaventurados sin exigirles ningún comportamiento ético previo, ahora, si quieren seguir siéndolo, deben llenarse del modo de ser cristiano. Para esto, se necesita, según Jesús, algunos principios fundamentales:
En primer lugar, el amor a los enemigos. El mundo ve en el odio a los enemigos, algo natural.  Jesús, en cambio, une el amor a los enemigos con el amor al prójimo. Los padres de la Iglesia, vieron en el perdón a los enemigos, la gran novedad de la ética cristiana. El mundo ignora el amor a los enemigos como principio moral. Este imperativo es el único en los tres capítulos del sermón de la montaña, que no tiene ni un paralelismo claro ni una analogía con la literatura rabínica del Antiguo Testamento. Constituye, en términos teológicos, una propiedad nueva de Jesús. La novedad de Jesús supera por tanto la ley del talión, “ojo por ojo y diente por diente”, que rigió por siglos la justicia de Israel y que parece regir ahora nuestro mundo. También supera la fórmula veterotestamentaria y neotestamentaria y de otros grandes espirituales y fundadores de religiones, de “amarás al prójimo como a ti mismo”, puesto que ahora incluye a los enemigos. Esto no significa que estamos exentos de tener enemigos, menos aún, los que al estilo de Jesús luchamos contra la injusticia, la intolerancia, la corrupción, la violencia, etc. De lo que se trata es de no asumir actitudes condenatorias, sino de abrir los espacios y posibilidades para que los “enemigos” encuentren el camino de la conversión y reconciliación. Que vean en nosotros el amor del Padre y el testimonio vivo de lo agradable que es vivir como hermanos.
Un segundo principio es “al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra. Al que te arrebate el manto, entrégale también el vestido. Da al que te pide, y al que te quita lo tuyo, no se lo reclames”. Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, al conformismo o a la resignación (se trata de ser mansos, pero no “mensos”). ¿Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la “resignación cristiana” para acallar las voces que exigía sus derechos? No se trata de renunciar a nuestros derechos ni de callarnos frente a las injusticias, sino de renunciar a la violencia como medio absoluto para resolver las diferencias y los conflictos; se trata, también, de renunciar a nuestras comodidades o a nuestras prendas más preciadas para darla a los que más las necesitan. En este sentido, Jesús supera también el concepto de compartir que se tenía hasta el momento, pues ya no basta solo compartir el “pan con el hambriento...” sino entregarlo todo, incluso hasta la propia vida. Es lo que suele llamarse la regla de oro de la convivencia humana. Esta regla era ya conocida en el mundo judío. La novedad de Jesús es cambiar su sentido de reciprocidad por la búsqueda sincera e inagotable de “tratar bien al otro, como quisiéramos que nos trataran a nosotros”. La prueba mayor de “tratar bien” es hacerlo con los enemigos, que significa el amor por todos aquellos que con sus obras hacen del mundo un caos, la tolerancia por lo que piensan diferente, la comprensión por los que escogen caminos diferentes, etc. Esto hay que concretizarlo religiosamente rezando por los que nos persiguen y bendiciendo a los que nos maldicen. Amar, bendecir, orar por los “enemigos” no significa perder el sentido de la crítica, de la denuncia o de la reprensión. Lo que pide Jesús es que la iniciativa del amor, del perdón, de la bendición la llevemos los cristianos. Es el testimonio lo que más rápida y eficazmente puede cambiar a los que odian, hacen el mal y maldicen.
Encontramos un tercer principio para vivir al modo cristiano: “Sean misericordiosos como es misericordioso el Padre”. La misericordia se presenta como un elemento constitutivo del ser cristiano, porque lo es también de Dios.
En cuarto lugar, tenemos tres exhortaciones que concretan la actitud misericordiosa de todo cristiano. La primera “No juzguen y no serán juzgados”. Esto no significa perder la capacidad de opinar sobre lo bueno o lo malo, sino destruir al hermano a través de la crítica, el chisme y la calumnia. Si esta primera exhortación se dice en negativo, la segunda será en positivo: “perdonen y serán perdonados”. La misericordia no se entiende sin la capacidad de perdonar, porque es en este momento cuando las comunidades llegan a vivir realmente como hermanos. La última exhortación, también en positivo es “Den y se les dará”. La misericordia encuentra su punto más alto en el dar y darse. El testimonio de Jesús fue de entrega total por la causa de Dios. Dios lo entregó todo, hasta su propio Hijo.
¿Y nosotros? ¿Nos hemos preguntando alguna vez cuán misericordiosos somos? Muchas veces confundimos la misericordia o la compasión con la lástima y eso no es cristiano, porque el que tiene lástima inconscientemente se presenta como superior al otro, en cambio el que tiene misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos el camino del Señor ¿Entregamos lo que nos sobra o solo lo menos importante? Dar hasta la propia vida por el hermano es la manera más auténtica de vivir el cristianismo, todo lo contrario de los que nos dice el mundo, lo que dicen los del CACIF, lo que nos dicen los del Pacto del Corruptos, lo que nos está demostrando la demagógica estrategia gubernamental, tanto del ejecutivo como del Congreso y del poder Judicial, lo que manifiestan las actitudes de vida de los narcopastores, lo que proclaman los corruptos narco candidatos actuales. Para enfrentarlos y vivir distinto se necesita mucha valentía, como la de David frente a gobernante Saúl.
Solo haciendo de este estilo de vida una actitud existencial, vamos a poder transparentarlo, ser luz para el mundo, como nos pedirá el evangelio del domingo entrante. Así que hermanos, vivamos esa coherencia total de vida haciendo nuestro con valentía, el modo de proceder de Jesús, nuestro Señor, aunque sea el revés, lo contrario totalmente, de lo que el mundo proclama y vive. Hagamos de las bienaventuranzas nuestro camino de verdad.

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