martes, 12 de marzo de 2019

II Domingo de Cuaresma Ciclo C - 17 de marzo de 2019


II Domingo de Cuaresma – Ciclo C
17 de marzo de 2019
Génesis 15,5-12.17-18: Dios hace alianza con Abraham
Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación
Filipenses 3,20–4,1: Cristo nos transformará
Lucas 9,28b-36: Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo.

Al iniciar la Cuaresma la semana pasada, veíamos como era necesario abrirnos a la acción de Dios en nosotros para vencer la tentación y resucitar a una vida nueva en la Pascua. Hoy la liturgia nos presenta personajes que se abrieron a la acción de Dios y confiaron plenamente en Él y que deben servirnos como modelos de escucha, de Fe y de apertura a la acción de la gracia de Dios en nuestras vidas.

En la primera lectura tenemos a Abraham que, a pesar de unas circunstancias que le eran completamente adversas, cree en unas promesas casi increíbles de su Dios, su fe es una confianza en unas promesas humanamente irrealizables, Dios le reconoció el mérito de ese acto y se lo contó como justicia, ya que justo es el hombre a quien su rectitud y sumisión le hacen grato a Dios; esa amistad personal con Dios determinó su conducta, fue su principio de acción,… y determinó también la conducta de su Dios, quien se propone sellar esa amistad con una alianza con su siervo que ha sido considerado justo, confiado y abierto a la acción de Dios en su vida.
Ante esta realidad pues, Yahvé, realizará con Abraham el viejo rito de la alianza, rito en el cual los contratantes pasaban entre la víctima partida e invocaban sobre sus cabezas la suerte de la víctima si transgredían su compromiso. Bajo la figura del brasero humeante y la antorcha encendida el que pasa es Yahvé, y pasa solo, porque su alianza es un pacto unilateral, Él es el que se compromete y Él es quien hace la promesa, Él ha tomado la iniciativa y el compromiso fundamental. Lo que resalta en definitiva es su amor, en el cual Él ha dado el primer paso. Abraham se ha dejado envolver por la niebla de Dios y ha sentido temor, pero ha permanecido allí, frente a la iniciativa y acción divinas, porque ya ha tenido una experiencia existencial de su Dios y en Él ha puesto su confianza.
La Fe como la de Abraham, nos hace amigos de Dios. Es esa Fe la que nos pide Pablo en la Carta a los Filipenses, una Fe firme y fuerte, aún en medio de las más grandes adversidades, saber ver a Jesús en toda su grandeza, incluso en la tan temida e inevitable Cruz, sabiendo que más allá hay, ciertamente, algo más, que le da sentido a la existencia entera, al deseo de vivir una nueva vida.
Dios nos ama a todos y a todos nos quiere salvar, y, para que esto se haga realidad, es necesario que le hayamos encontrado en forma personal, de una manera existencial, amorosa, siendo este encuentro el principio de las experiencias más valiosas. Es así como, a lo largo de la historia, Dios llama a los que Él ha elegido según su designio y predestinación eterna. Al hacer con ellos un pacto o alianza, les da la oportunidad de entrar en una vida de fidelidad. Estos conocerán a Dios como persona viva y lo tratarán como tal.
Eso es lo que pasa con los Apóstoles en el relato Evangélico de hoy. Son los tres que han sabido amarle más profundamente los que acompañan a Jesús, los que lo han conocido, pero existencialmente, con amor, no solo con la mente. A pesar de que los Doce actuaban y vivían juntos, no todos habían alcanzado el mismo nivel ni podían acompañar a Jesús en esta experiencia. Van al monte, lugar por antonomasia del encuentro con Dios, a acompañar a Jesús en su oración, y es entonces cuando experimentan signos de su Divinidad.
La palabra transfiguración, como se le suele llamar a este relato, no la aplica Lucas, sino habla de “cambio de aspecto”, como bien lo señalaron Padres de la Iglesia, ya que literalmente transfiguración significa “cambio de forma, de figura”, pero Jesús no cambió su figura, su forma, de haber sido así los apóstoles no le hubieran reconocido. Lo realmente milagroso es que Jesús fue visto por ellos bajo una luz nueva que procuró una visión en sentido bíblico: la Gloria de Jesús sale de él mismo y afecta hasta su ropa.
Las mentes más superficiales, que gustan del show estilo Hollywood, todos aquellos a quienes les fascina lo deslumbrante, quieren imaginar algo diferente de la realidad del mundo. Pero hay que puntualizar que eso no es lo más importante, que lo fundamental del relato consiste en que la visión que se ofreció a los apóstoles en el monte, fue la visión de lo que los apóstoles veían ya antes, es decir, la figura humana del Salvador; pero en plenitud, más allá de la mera visión sensorial, es decir: fue una teofanía, Cristo es una manifestación plena de Dios, una “revelación”, en el verdadero sentido de la palabra, porque fue levantado para ellos el «velo» que escondía, bajo las apariencias externas, la realidad divino-humana de ese Cristo. En el monte, mediante esta revelación maravillosa, Jesús confirmó de modo admirable la autenticidad de su filiación divina y, al mismo tiempo, ratificó que sólo a través de la pasión habrían de llegar Él y sus apóstoles a la plena glorificación. Así pues, mediante el misterio de luz de este cambio de visión, mostró a sus apóstoles el misterio doloroso del Calvario y el misterio glorioso de la ascensión. Ellos comprenden en aquella experiencia, que Jesús es el nuevo Moisés, el consolidador del Pueblo de Dios, el legislador y, a la vez, el nuevo Elías, el profeta de profetas. La ley y los profetas, lo más grande para el pueblo de Israel, está concentrado y superado en Jesús, pero… no sin el doloroso paso por la Cruz, punto de discordancia entre los apótoles y al cuál se acaba de referir Jesús unos versículos antes.
Ante esta experiencia transhistórica, los apóstoles se sorprenden, quieren quedarse allí para siempre, construir chozas; ahora no duermen, se dejan envolver por la nube, por la presencia de Dios, sienten plenitud, pero también temor, igual que Abraham, ante la presencia de Divina. Escuchan una voz que les indica: “Este es mi Hijo, mi escogido, escúchenlo”.Escúchenlo” es la clave del relato: para estar en cercanía a Jesús no es necesario armar tiendas, sino escucharlo, vivir de su palabra. La peregrinación no ha terminado, se está en camino hacia la Pascua, hacia el nuevo nacimiento, hacia la Resurrección, la teofanía ilumina brevemente el escándalo de la cruz anunciada, es refresco en el duro camino. Luego, de golpe, súbitamente todo termina y encontramos a “Jesús solo”. Sin prohibición de por medio, los discípulos guardan el secreto, seguramente porque no han comprendido totalmente, están sorprendidos y se mantienen en el misterio. De este modo aquellos tres apóstoles se convirtieron en testigos verídicos de su grandeza divina. En este testimonio habría de consistir su misión apostólica posterior a la Pascua.
El cambio de aspecto es un anticipo; es un "eclipse al revés": una luz en medio de la noche. Da un sentido completamente nuevo a la vida, ¡y a la muerte! Hace comprensible la maravillosa reflexión de Hélder Câmara: "El que no tiene una razón para vivir, no tiene una razón por la que morir”, pero tenemos que estar abiertos y listos para percibirlo, la cuaresma es el tiempo oportuno para ellos, tiempo en el que el Padre actúa en nosotros y nosotros nos preparamos para recibir esa acción, esa gracia divina.
Como bien nos señala el papa Francisco: al inicio de la misa, en la Oración Colecta pedimos al Señor dos gracias: “escuchar a tu amado Hijo”, para que nuestra fe se nutra de la Palabra de Dios, y —la otra gracia— “purificar los ojos de nuestro espíritu, para que podamos gozar un día de la visión de la gloria”. Escuchar, la gracia de escuchar, y la gracia de purificar los ojos. Esto está precisamente en relación con el Evangelio que hemos escuchado. La gracia de escuchar a Jesús. ¿Para qué? Para alimentar nuestra fe con la Palabra de Dios. Y ésta es una tarea del cristiano. ¿Cuáles son las tareas del cristiano? Tal vez responderemos: ir a misa los domingos; hacer ayuno y abstinencia en la Cuaresma; hacer esto... Pero la primera tarea del cristiano es escuchar la Palabra de Dios, escuchar a Jesús, porque Él nos habla y Él nos salva con su Palabra. Y Él, con esta Palabra, hace también que nuestra fe sea más robusta, más fuerte. Escuchar a Jesús. ¿Qué escuchamos normalmente?». “Escucho la radio, escucho la televisión, escucho las habladurías de las personas...”. Muchas cosas escuchamos durante el día, muchas cosas... Pero, ¿dedicamos un poco de tiempo, cada día, para escuchar a Jesús, para escuchar la Palabra de Jesús? ¿Purificamos nuestros ojos para descubrirle en plenitud? ¿Oramos para tener esa experiencia de la divinidad como los apóstoles? ¿Nos preparamos para renovar la Alianza en esta Eucaristía? Jesús, la víctima, va a estar partida sobre el altar y el Espíritu de Yahvé pasará en medio y renovará su Alianza con nosotros.
¿Tenemos la Fe de Abraham, de los apóstoles, la que nos indicó Pablo, la que confía en su Dios contra todo lo humanamente esperado? ¿Escuchamos a Cristo? ¿Oramos para experimentarle existencialmente, para más amarle y seguirle? ¿Para nosotros es el Señor realmente, como repetimos en el Salmo, es nuestra Luz y nuestra Salvación, el sentido de nuestra vida… y de nuestra muerte? ¿Es nuestra fe principio de acción como lo fue para Abraham y los apóstoles? Porque, en este camino hacia la resurrección, el Señor nos pedirá la semana entrante que, como producto de nuestra fe, demos frutos. Sigamos pues, nuestro camino de Cuaresma, escuchando, renovando la alianza y viviendo nuestra fe de corazón, acompañados por María Santísima, quien lo supo hacer a la perfección.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario