domingo, 10 de marzo de 2019

VIII Domingo Ordinario Ciclo C - 3 de marzo de 2019

Eclesiástico 27,4-7: No alabes a nadie antes de que razone
Salmo 91: ¡Qué bueno es darte gracias, Señor!
1 Corintios 15,54-58: Nos da la victoria por Jesucristo
Lucas 6,39-45: El árbol se conoce por sus frutos

La liturgia nos enfrentaba la semana pasada, al reto de una nueva forma de vida, distinta a la que propone el mundo: las bienaventuranzas. Ellas constituyen una nueva forma de pensar, de ser y de hacer, que se asume como estilo de existencia. Jesús es capaz de sintetizar y presentar esa nueva forma de existir debido a la refrescante imagen que tiene de la verdadera religión, la cual refleja la voluntad del Dios de Jesús, de su Padre, al que nadie ha visto ni comprendido, solo Él, el Hijo, y la expresa al más auténtico estilo de sabiduría hebrea. No es la sabiduría grecolatina a la que estamos acostumbrados. La sabiduría grecolatina radica en el conocimiento sobre diversos aspectos siendo su objetivo primordial la verdad. La sabiduría hebrea, en cambio, supone una opción existencial: ser fiel a la sabiduría divina ordenando la vida en función de esa sabiduría. La grecolatina es una sabiduría mental que implica el cerebro y que brota de la contemplación de la naturaleza circundante; la hebrea, en cambio, brota de una acción de la palabra creadora divina e implica toda la existencia. Justamente a esto hace referencia la lectura del Sirácide de hoy: al personalizarla, al asumirla con la existencia entera, esa sabiduría se manifiesta en nuestro hablar y actuar.
Y es en esa línea que continúa Lucas: hay que ser sabios, fieles a la sabiduría divina, siguiendo el verdadero deseo del Padre, no haciendo opciones por propuestas de falsas doctrinas. ¡Cuánto de esto necesitamos siempre! ¡Cuánto nos inculca el mundo y su propaganda afirmando que el poseer y el placer son la felicidad, y con cuánta facilidad los seguimos, ciegos a la verdad! ¡Cuánto de esto van a tratar de meternos entre ceja y ceja en estas elecciones! Pero ellos, ciegos, no pueden guiarnos a nosotros. El guía, es decir, el maestro, tiene que poseer una vista bien clara; y como el discípulo depende de su maestro, este requisito cobra un relieve particular, nuestro único maestro es Jesús mismo, su pensamiento y su estilo de vida.
El que viva con todo su ser ese nuevo modo de proceder que propone Jesús, lo transparentará con su existencia entera, será evangelio viviente, que anuncia y denuncia, que es a la vez ejemplo y reproche con su sola presencia.
El reto es difícil, sobre todo en la coyuntura actual, en donde los malos salarios e, incluso, el desempleo, campean en una Guatemala que parece cerrarse a las personas honradas y luchadoras, mientras que se el derroche y el lujo se abren para los corruptos, los narcotraficantes, los hipócritas de todas las religiones, y que, aun así, pretenden llamarse cristianos. La tentación se acrecienta para todos los que queremos seguir a Jesús, el pobre de Nazaret.
Jesús nos enfrenta hoy a uno de los problemas principales que hemos vivido históricamente los católicos: hemos estado mucho más preocupado por la ortodoxia (la «opinión correcta», la ausencia de herejía, la verdad, la fe) que por la ortopraxis (la «práctica correcta», el amor, la caridad); no se ha perseguido tanto a quien no vive o no practica el amor, sino a quien ha expresado (o incluso sólo pensado) una opinión teórica discrepante de los dogmas oficiales. Y es eso, justamente, lo que el Papa Francisco está corrigiendo y condenando actualmente frente a los abusos de guías ciegos. Él, está regresando a las fuentes tal como nos pidió el Concilio Vaticano II, y está luchando por cambiar esta situación en nuestra Iglesia, asumiendo una fuerte valoración e incluso una clara preferencia por la praxis frente a la teoría. El "primado de la acción", la primacía de la praxis, la acción es más importante que la teoría, el hacer más que el decir, la transformación de la realidad más que su simple interpretación. Está sacando, primero, la viga de nuestro ojo.
Esta preferencia por la praxis no debe sorprendernos, la mejor tradición bíblica coincide plenamente con ella. La Palabra de Dios -dabar, palabra en hebreo- no es un sonido (flatus vocis, un mero ruido de la voz), ni un simple concepto mental, sino un hecho, una actuación: Dios no se revela en afirmaciones doctrinales... sino en acontecimientos, en intervenciones salvadoras en la historia.
Los verdaderos profetas de Yavé, anteriores y actuales, como Francisco, no cesan de reorientar al Pueblo de Dios cuando éste se desvía hacia un culto quizá fervoroso pero que, sin el respaldo de la vida, se convierte en idolátrico. Los dioses son nada; el Dios de Israel es vida, amor, historia. «Conocer a Yavé es practicar la justicia», repetirán los profetas con una insistencia casi obsesiva, con una paradoja digna de ser subrayada: "conocer es practicar...", porque conocer es, en la sabiduría hebrea, el encuentro existencial de dos personas que se aman y que, por eso, se asume el estilo del ser amado. Él asume nuestra humanidad, nosotros asumimos su Palabra. La praxis del amor y de la justicia es el criterio máximo de la bondad moral, por encima de todo culto o sacrificio, de cualquier otra seguridad moral o de toda ortodoxia doctrinal.
"Por sus obras los conocerán", dice Jesús. La prueba de la persona está en su hablar señala Pablo en la segunda lectura que meditamos. "Obras son amores, y no buenas razones", dice un refrán, "del dicho al hecho hay un buen trecho", dice otro. "Operari sequitur esse", el obrar sigue al ser, decía por su parte un principio aristotélico: los frutos buenos sólo pueden venir del árbol bueno, y por eso, los frutos prácticos, los hechos, son el mejor criterio de discernimiento moral. En el fondo, Jesús nos está enseñando algo de sentido común, del buen y profundo sentido común, que parece ser el menos común de los sentidos.
Jesús no simplemente "predicó" esta primacía de la práctica, sino que la vivió. Pasó por este mundo «haciendo el bien» y «todo lo hizo bien»... Encarnó existencialmente la voluntad de su Padre. De ahí que Jesús nos recomiende a sus seguidores, que comencemos por practicar, por vivir en nuestra existencia, lo que confesamos con la boca, lo que creemos con la fe. Importa mucho que los seguidores de Jesús presentemos, antes de nada, las credenciales de nuestra autenticidad. Nuestra vida ha de ser el modelo de lo que predicamos. No es posible creer a quien contradice con los hechos lo que dice con sus palabras. Por eso, Jesús nos inculca la necesidad de vivir coherentemente con lo que creemos, como condición previa a todo "apostolado". No es posible pretender corregir o mejorar a los demás cuando nuestra vida no muestra aquello que predicamos; eso sería ser ciegos y querer guiar a los demás. La mejor invitación a los otros, en este sentido, es el propio ejemplo: "las palabras conmueven, pero el ejemplo arrastra", dice el refrán. Es necesaria pues la humildad de comenzar por luchar contra los propios defectos, personales y eclesiales, antes de querer corregir a los demás. "Quita la viga de tu ojo, y entonces podrás quitar la paja del ojo de tu hermano". Lo contrario es incoherencia y probablemente hipocresía. Jesús, en su propia persona, fue ejemplo de esa misma veracidad y autenticidad.
Ese camino es difícil y casi contra corriente en el mundo actual. Por eso, en la segunda lectura, Pablo nos anima: “estén firmes, permanezcan siempre constantes, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo, puesto que ustedes saben que sus fatigas no quedarán sin recompensa por parte del Señor.” Es una palabra de ánimo en medio de esta lucha tan dura que estamos librando y que se va a acrecentar a medida que se acerquen las elecciones.
Vivamos, pues, esta coherencia existencial que brota del verdadero “conocer”, del encuentro de dos seres que se aman, para que, el domingo entrante podamos con Jesús, hacer un auténtico discernimiento que nos lleve a la opción fundamental de vida a la que nos llame el Padre.

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