domingo, 10 de marzo de 2019

VI Domingo Ordinario Ciclo C - 17 de febrero de 2019

Jeremías 17,5-8: Bendito el que confía en el Señor
Salmo 1: Dichoso el hombre que confía en el Señor
1 Corintios 15,12.16-20: Si Cristo ha resucitado, nuestra fe tiene sentido
Lc 6,17. 20-26: Las bienaventuranzas

El domingo pasado nos quedábamos con la figura de un Pedro que pone su confianza total en el Señor y, justamente confiando en su Palabra, echa las redes. Hoy seguimos con ese mismo leitmotiv: En las lecturas y en el Salmo, el tema de fondo y el que repetimos fue “Dichoso quien confía en el Señor”.
El texto de Jeremías que escuchamos en la primera lectura, pertenece a un pequeño bloque compuesto por tres oráculos de estilo sapiencial (Jr 17,5-8; 17,9-10 y 17,11). En el que acabamos de escuchar (17,5-8), Jeremías parafrasea el Sal 1. Presenta el contraste entre el que confía y busca apoyo en «un hombre» o «en la carne», y el que confía o tiene su corazón en el Señor. Entonces, ¿la invitación es a no confiar en el otro? No. Aquí se entiende hombre como carne, que significa debilidad y caducidad humana manifestada en el egoísmo, la corrupción, etc. Por tanto, la invitación de Jeremías es a no confiar en las autoridades de su tiempo que se han hecho débiles, por no defender la Causa de Dios que son los débiles, sino la causa de los poderosos de su tiempo. En este sentido, el que confía en la carne será estéril, es decir, no produce, no aporta, no contribuye al crecimiento de nada. Por eso es maldito. En cambio, el que opta por Dios, será siempre una fuente de agua viva que permite crecer, multiplicar, compartir y, sobre todo, no dejar nunca de dar fruto. ¿Se parece algo a nuestra situación en Guatemala y cómo esperamos que corruptos reciclados y desprestigiados puedan “arreglar” nuestra situación, sin importar las implicaciones de coherencia existencial que esto conlleva?
Por ese camino va segunda lectura, tomada de la Carta a los Corintios. Los corintios habían empezado a dudar de la resurrección misma de Cristo, su fe en Dios se estaba debilitando. Pablo, a través de los “absurdos” -estilo literario típico de los razonamientos rabínicos-, ahonda sobre el impacto trascendental que debe tener la resurrección de Cristo en la vida del creyente. Sólo la fe en Cristo resucitado fortalece nuestra esperanza de resurrección. A partir de una negación de la resurrección Pablo alista sus argumentos. Comienza con una pregunta que refleja su indignación: “Si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?” (v. 12).
El primer absurdo que Pablo plantea es negar nuestra resurrección porque niega la resurrección de Cristo (v. 16). El segundo absurdo, es que al negar la resurrección de Cristo echamos por la borda nuestra fe y el proceso de conversión y experiencia cristiana llevado hasta el momento. Estaríamos ante una fe virtual (v. 17). El tercer absurdo deja sin esperanza a los creyentes que han muerto en Cristo y a los que creen que no morirán para siempre (v. 18-19). El v. 20 cambia los absurdos por una certeza innegociable, por una fe inquebrantable: Cristo sí resucitó, y además es primicia de los que ya murieron. Nuestra fe, nuestra confianza, está en Él, en su persona resucitada.
Y en el Evangelio tenemos las bienaventuranzas presentadas por Lucas. En los salmos y en la literatura sapiencial en general, se considera bienaventurada a una persona que cumple fielmente la ley. Las malaventuranzas o los “ayes” son más comunes en los profetas, en momentos donde se quiere expresar dolor, desesperación luto o lamento por alguna situación que conduce a la muerte. Las Bienaventuranzas y maldiciones de Jesús con relación a las del AT tienen diferencias fundamentales. En la literatura sapiencial del AT se insiste en un comportamiento acorde con la ley para poder ser bienaventurado, en el evangelio en cambio, Jesús no exige ningún comportamiento ético determinado, como condición para ser declarado bienaventurado. Simplemente una situación existencial: los pobres (anawin), los que lloran, los perseguidos... son bienaventurados.
Ahora leámoslas bien a Lucas y, en primer lugar, bien y fijémonos que no es el Sermón del Monte de Mateo, no los confundamos. Aquí están en un llano, en Mateo en un monte. Para Lucas el reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. Por eso es que la proclama del reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde el «llano», en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder. En Mateo están redactadas en tercera persona mientras que aquí, en Lucas, todas están en segunda persona. Mateo subraya actitudes interiores con las cuales se debe acoger el Reino, por ejemplo, la misericordia, la justicia, la pureza de corazón, en cambio Lucas se preocupa por mostrar la situación real y concreta de pobreza, hambre, tristeza, situaciones existenciales. En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro “ayes” o maldiciones contra los ricos. Las dos primeras van directamente contra los ricos y satisfechos por su indiferencia ante la situación de los pobres. Las dos últimas se dirigen a los que ríen y a los que tienen buena fama. La contraposición entre pobres y ricos está claramente planteada en Lucas: en el Magníficat: “A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,53)¸en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,19-31)... Es claro para Lucas que toda confianza puesta en la riqueza es engañosa (Lc 12,19).
Por eso, la bienaventuranza clave para Lucas es la de los pobres, ya que las otras se entienden en relación a ésta. Son los pobres los que tienen hambre, los que lloran o son perseguidos. Lucas recuerda la promesa del AT de un Dios que venía a actuar a favor de los oprimidos (Is 49,9.13), los que tienen a Dios como único defensor (Is 58,6-7) que claman constantemente a Dios (Sal 72; 107,41; 113,7-8), los que ponen su confianza en Dios. Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y oprimidos (Lc 4,16-21. Cf. Is 61,1-3).
Y la última bienaventuranza (vv. 22-23) tiene como destinatarios a los cristianos que son perseguidos y excluidos a causa de su fe, de su confianza en Dios. Su felicidad no consiste en padecer sino en la conciencia de estar llamados a poseer una “recompensa grande en el cielo”, en una fe en esa promesa. ¿Dios, entonces, nos quiere pobres?, y ¿qué tipo de pobres? Los pobres no son bienaventurados por ser pobres, sino porque asumiendo tal condición, por situación o solidaridad, buscan dejar de serlo, lo que tienen su fe puesta, no en las riquezas de los hombres, sino en una persona: Jesús.
Para Lucas la pobreza cristiana va ligada a la promesa del reino de Dios, es decir a tener a Dios como rey. Este reinado se convierte en la mayor riqueza, porque es tener a Dios de nuestro lado, es tener la certeza, la fe, de que Dios está aquí, en esta tierra de injusticias y desigualdades, encarnado en el rostro de cada pobre, invitándonos a asumir su causa. La causa es también la causa del Reino. Y disfrutaremos el Reino cuando no haya empobrecidos carentes de sus necesidades básicas, sino «pobres en el Señor», que son todos los que mantienen la riqueza de un pueblo basada en el amor, la justicia, la fraternidad y la paz. En otras palabras, “Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero como valor supremo -un ídolo- y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia, la riqueza. Son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor -éxito, dinero, eficacia, posición social, poder- que, de hecho, va contra el ser humano, no vale; los que no ponen en ello su confianza sino en la palabra del Maestro, de Jesús.
La semana entrante continuaremos con este plan de vida que nos propone Jesús, ante el cual, para vivirlo, necesitamos una fe profunda no en un ideal, sino en una Persona: Cristo, nuestro Señor. Durante esta semana vivamos pues, con fe, ese nuevo plan de fe en Él y no en las riquezas humanas, que nos ha propuesto esta semana. Asumamos las bienaventuranzas como una actitud existencial para transformar este mundo tergiversado, desorientado y caótico que vivimos, a causa de haber perdido el norte, fijando en la riqueza la confianza, y no en la persona de Jesús.

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